
La construcción de todo esto avanzó muy
rápidamente, durante los reinados de Abd al-Rahman III y Al-Hakam II, aunque
apenas un siglo después Medina Azahara fue destruida y abandonada, como
consecuencia de las guerras civiles que asolaron el Califato de Córdoba. Redescubierta
en el siglo XIX y excavada sistemáticamente a partir de 1911, hoy es uno de los
lugares de visita obligada para comprender y valorar en su justa medida la
magnificencia del legado cultural de al-Andalus.
Entre las piezas más singulares rescatadas de
este conjunto arqueológico, se encuentra un cervatillo de bronce que pertenece
a los fondos del Museo Arqueológico de Córdoba pero ha sido incluido en la
exposición permanente del nuevo centro de interpretación de Medina Azahara,
inaugurado en 2009. Realizada en la segunda mitad del siglo X, mide 61,6 cm de
altura máxima y está profusamente decorado por todo el cuerpo con roleos grabados
que encierran hojas nervadas, mientras que en el pecho ostenta un elaborado
rosetón. La finalidad de esta escultura era ornamental pero también funcional:
era un surtidor de una fuente. El cilindro de la base y la peana son huecos, lo
que permite el paso del agua hacia las patas y el cuello, hasta hacerla manar
por la boca. El estado de conservación de la figura es excelente, aunque le
faltan las astas, de las que sólo se aprecian los orificios donde se ajustaban.
Por su calidad y preciosismo, se trata de un testimonio excepcional de la
metalistería suntuaria producida en los talleres reales de Medina Azahara. Otras
esculturas de bronce de la misma procedencia y factura similar son la cierva
del Museo Arqueológico Nacional (la segunda imagen reproducida aquí) y otra conservada
en el Museo Nacional de Qatar, que fue recientemente publicada en el catálogo
de la exposición El esplendor de los
Omeyas cordobeses (2001).

Es cierto que la interpretación más rigorista
del Islam prohíbe la representación artística de seres vivos que tengan alma
(personas y animales), por considerarse un intento de imitar el acto creador de
Alá, que es el único con verdadero poder de creación. Tampoco se permiten las
imágenes de Alá o del profeta Mahoma porque pueden inducir a la idolatría, ni
las figuras que tienen como objetivo glorificar a un personaje porque suponen
un acto de ostentación inadecuado para un hombre mortal. Pero algunos sabios y
juristas musulmanes admiten excepciones a la norma, sobre todo entre los suníes.
Así, por ejemplo, se pueden producir, adquirir o guardar imágenes que
representen seres animados de pequeño tamaño o que estén colocadas en un lugar donde
no se le preste especial importancia (sobre una alfombra, en un rincón, etc.), evitando
en todo caso su veneración. Los documentos históricos y los restos arqueológicos
prueban cómo en al-Andalus se optó repetidamente por sortear la prohibición
religiosa y potenciar una extraordinaria creatividad artística mediante las más
diversas estratagemas.
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