viernes, 26 de diciembre de 2014

LA CIUDAD QUE SE ALZA


El título de este cuadro es de difícil traducción. El original italiano es La città che sale, lo cual ha sido adaptado de diversas formas en español: La ciudad se levanta, El surgimiento de la ciudad, La construcción de la ciudad, o el que hemos elegido aquí, La ciudad que se alza. Se trata de un óleo sobre lienzo de gran tamaño (199 x 301 cm), pintado en 1910 por el italiano Umberto Boccioni, que se conserva en el MOMA de Nueva York. Reproducimos en primer lugar el boceto y abajo el cuadro definitivo. Constituye una de las obras clave del Movimiento Futurista, seguramente una de las vanguardias artísticas más radicales, que se desarrolló en el país transalpino entre 1909 y 1916.
El Futurismo pretendió romper drásticamente con el pasado, sobrevalorando la modernidad, el activismo y la industrialización como principales aspiraciones de la sociedad. Los artistas que se afiliaron a esta corriente (Tomasso Marinetti, Carlo Carrà, Antonio Sant’Elia, Gino Severini, Giacomo Balla, Luigi Russolo y el propio Umberto Boccioni), dieron a conocer sus ideas revolucionarias a través de cartas, artículos de periódico y manifiestos que utilizaban un lenguaje retórico, provocador e insultante. Estos artistas se sintieron completamente subyugados por la aceleración de los cambios, por la violencia de la guerra y por los artefactos mecánicos, con el objetivo de destruir lo antiguo y dar rienda suelta a una nueva era. El anticlericalismo y una feroz crítica al arte clásico tradicional fueron también harto frecuentes. Así lo expresó Marinetti en el Manifiesto Futurista de 1909:
 
«Nosotros afirmamos que la magnificencia del mundo se ha enriquecido con una belleza nueva: la belleza de la velocidad. Un automóvil de carreras con su capó adornado con gruesos tubos semejantes a serpientes de aliento explosivo…, un automóvil rugiente que parece correr sobre la metralla, es más bello que la victoria de Samotracia […] Nosotros cantaremos a las grandes muchedumbres agitadas por el trabajo, por el placer o la revuelta; cantaremos las marchas multicolores y polifónicas de las revoluciones en las capitales modernas; las estaciones glotonas, devoradoras de serpientes humeantes; las fábricas colgadas de las nubes por los retorcidos hilos de sus humos; los puentes semejantes a gimnastas gigantes que saltan los ríos, relampagueantes al sol ton un brillo de cuchillos; las locomotoras de ancho pecho que piafan en los raíles como enormes caballos de acero embridados con tubos, y el vuelo deslizante del aeroplanos, cuya hélice ondea al viento como una bandera y parece aplaudir como una muchedumbre entusiasta.»

Como consecuencia de ello, el dinamismo exacerbado, la potencia de las máquinas y el fenómeno urbano en general, se convirtieron en temas recurrentes de la nueva estética futurista. Su mayor problema, sin embargo, fue la búsqueda de un lenguaje plástico original, ya que, en consonancia con sus propias ideas, no podía emplearse ninguna técnica pictórica tradicional para representar la modernidad. Después de varios ensayos, Boccioni logró sintetizar el nuevo estilo en seis puntos: 1) Solidificación del Impresionismo a través de formas dinámicas; 2) Expansión de los cuerpos en el espacio para englobar tanto los objetos en movimiento como el espacio circundante; 3) Compenetración de planos; 4) Dinamismo o expresión tanto del movimiento como de la suma de las sensaciones visuales y psicológicas; 5) Simultaneidad de acciones y puntos de vista; 6) Preocupación por el tema, evitando el anecdotismo o la tendencia a la abstracción.
Para hacer posible estos principios formales, los futuristas recurrieron primero a una técnica divisionista del color, que les permitió plasmar la desmaterialización de los volúmenes ocasionada por el impacto de la luz y el movimiento. A partir de 1911 se vieron influidos por el Cubismo, que les brindó sugestivas posibilidades de fragmentación y reestructuración espacial mediante planos facetados. Finalmente, optaron por un estilo sintético que les acercó al Orfismo.
Este cuadro de Boccioni pertenece a la primera etapa del Futurismo y su autor optó por el divisionismo y el uso simbolista de las líneas para hacer coincidir la vibración de las formas con la fuerza del movimiento y la desintegración del color. Representa de forma idealizada el trabajo del proletariado, que usa la fuerza de los caballos como medio de tracción en la construcción de una planta de energía eléctrica, en Milán. El centro de la composición está ocupado por un caballo pardo que se contorsiona girando el cuello hacia abajo; las crines despliegan una potente curva que nos conduce hacia la cabeza del animal, que mira hacia el espectador. Otra cabeza de equino hace la réplica desde el extremo izquierdo, girando en sentido contrario al anterior. Entre medias se estiran en ángulos imposibles los cuerpos de los obreros, tratando de dominar a las bestias. Las formas rojizas se contrarrestan hábilmente con las azules y blancas. Desde la derecha, otros caballos entran hacia la zona central del cuadro, y al fondo se distinguen, apenas delineados, los edificios en construcción cubiertos por andamios.
La violenta superposición de imágenes evoca el caos de la vida metropolitana, sugiriendo emoción, movimiento y discordancia. Porque La ciudad que se alza es una metáfora de la fuerza arrolladora del maquinismo, representado alegóricamente por los caballos, que parecen irrumpir en la ciudad como derribando todo a su paso. Es significativo que la mayoría de los caballos sean rojos y se muevan encabritados entre sinuosas pinceladas amarillas, semejando el fuego devorador que consume lo viejo y perecedero. El fuego es símbolo de dinamismo y vitalidad, y también está presente en la actividad industrial, lo cual sirve para hacer posible la utopía del progreso. De las cenizas emerge un mundo nuevo, dirían los futuristas.
Por último, no es casualidad que la escena transcurra en Milán. Al contrario otras ciudades como Roma y Venecia, excesivamente ancladas en el pasado, Milán era para los artistas contemporáneos el modelo de ciudad industrial y cosmopolita al que debía asimilarse Italia en el siglo XX. Todo lo expuesto da lugar a una obra de gran carga poética, casi heroica, en la cual coinciden múltiples sensaciones simultáneas de espacio, tiempo y sonido.



domingo, 21 de diciembre de 2014

ATARDECER EN LA AVENIDA KARL JOHAN

Entre todas las vanguardias artísticas de principios del siglo XX, el Expresionismo es seguramente la más difícil de delimitar. Ya en aquel momento se etiquetó de expresionistas a movimientos y artistas muy variados, que en realidad no seguían un estilo verdaderamente homogéneo. Lo único que tenían en común era su afán por acentuar el papel del arte como un vehículo para la expresión de emociones intensas, normalmente pesimistas, angustiadas o profundamente trágicas. El lado oscuro del ser humano, lo sombrío, lo degradado, la sexualidad atormentada o las conductas antisociales se convirtieron en temas frecuentes entre estos artistas. Para representarlo, el Expresionismo utilizó un lenguaje formal que tomó prestados elementos del Fauvismo, del Simbolismo y del Cubismo, entre otros.
El noruego Edvard Munch ha sido reconocido como uno de los principales precursores del Expresionismo antes de que existiera como tal, aunque lo fue más desde el punto de vista conceptual que estilístico. Nacido en un país con escasa tradición pictórica, la formación artística de Munch fue bastante convencional y anclada en el academicismo figurativo. Pero en 1885 realizó su primer viaje a París y entró en contacto con la pintura de Manet, Gauguin, los Neoimpresionistas y los Simbolistas. A raíz de ello cambió su lenguaje formal, simplificando los volúmenes, acentuando la fuerza expresiva de la línea y utilizando el color de manera simbólica, no naturalista. Sus temas adquirieron un significado existencial y se orientaron hacia la angustia del ser humano en el mundo, regodeándose en la soledad, la tristeza, el deseo insatisfecho, el miedo, la enfermedad y la muerte. Todo ello tiene que ver con su propia experiencia vital: su madre y su hermana murieron de tuberculosis cuando él era niño, su padre era un hombre obsesionado por la religión y él mismo era alcohólico, lo cual influyó para que Munch desarrollara una personalidad conflictiva, desequilibrada y tendente a la depresión. 


Esta obra, titulada Atardecer en la Avenida Karl Johan es una de las obras más características del inquietante universo de Edvard Munch. Fue pintada en 1892 y se conserva en la Colección Rasmus Meyer de Bergen. Representa una hilera de personas que baja paseando por una conocida calle de la ciudad de Oslo mientras cae la tarde. Pero lo que podría haber sido una escena urbana corriente se ha transformado en una visión fúnebre de la realidad humana. Los rostros de los personajes parecen calaveras y se acercan hacia nosotros completamente alienados, amenazantes. El paisaje está conformado por colores extraños, simbólicamente oscurecido y artificialmente iluminado por las ventanas de los edificios y las caras de los personajes, cual luciérnagas en mitad de la noche. El perfil de la ciudad se recorta desde la izquierda hacia el horizonte, creando ángulos cortantes, mientras que en el extremo de la derecha se yergue terrorífica una sombra informe. Sólo un hombre aislado que camina por la calzada, a la derecha, se mueve en dirección contraria a la de la masa, provocando el absurdo.
La sensación es de enorme desasosiego. El espacio urbano no se muestra como un lugar de actividad y encuentro social sino como una metáfora angustiosa de la incomunicación. El cuadro está lleno de gente pero transmite un silencio mortal que nos produce un terrible escalofrío. Munch imagina el destino humano como algo vacío, desesperanzado y sinsentido. Esto fue lo que llamó la atención de los expresionistas alemanes a principios del siglo XX, que argumentaron que el arte debía captar los sentimientos más íntimos del ser humano. El hecho de que Munch viajase con frecuencia a Alemania y diera a conocer allí sus cuadros influyó de forma notable en la difusión de esta idea.
Sin embargo, unos años más tarde tanto las obras de Munch como la de los expresionistas fueron censuradas y destruidas porque fueron clasificadas como «arte degenerado» por parte de los nazis. El gobierno de Hitler confiscó 82 cuadros de Munch de los museos alemanes, justificando que sólo representaban la muerte y la debilidad de la condición humana, y que escandalizaban a los visitantes. A raíz de la invasión de 1940, la persecución se extendió también a los museos y galerías de Noruega y el artista fue menospreciado como un loco. El 23 de enero de 1944, todavía sin haber concluido la Segunda Guerra Mundial, Edvard Munch murió completamente solo, triste y olvidado.

miércoles, 10 de diciembre de 2014

GRAN ESCAPARATE ILUMINADO

Esta obra del año 1912, que se conserva en el  Museo Sprengel de Hannover, es un interesante ejemplo de la fusión entre las diversas vanguardias artísticas producida en las primeras décadas del siglo XX en Alemania. Fue pintada por August Macke, uno de los miembros más destacados del grupo expresionista Der Blaue Reiter (El Jinete Azul). Este artista fue capaz de combinar con habilidad las formas angulosas y los fuertes brochazos, característicos del Expresionismo, con un concienzudo análisis de los volúmenes en el espacio, propio del Cubismo, y un efectismo prismático muy dinámico, que entronca con el Futurismo. El resultado es un magnífico caleidoscopio de siluetas y colores que enfatiza la dimensión emocional del cuadro por encima de su contenido.
Todo ello está relacionado con la multiplicidad de sensaciones que despertaba el tema de la ciudad moderna entre los artistas de principios del siglo XX, y que podemos ver reflejada en este extracto de La belleza de la metrópolis, por August Endéll (1908):
«A quien sabe escucharla, la metrópolis se le aparece como un ser en continuo movimiento, rico en diversos elementos. A quien camina por ella, le regala paisajes inagotables, imágenes variopintas y multiformes, riquezas que el hombre no podrá jamás desentrañar completamente […] Nuestras metrópolis son todavía tan jóvenes, que sólo ahora su belleza comienza a ser descubierta. Y como todo tesoro de la cultura, como toda nueva belleza, al comienzo debe encontrar críticas y prejuicios. El tiempo que ha producido el grandioso desarrollo de la ciudad, ha creado también los pintores y los poetas que comenzaron a sentir la belleza y a inspirar en ella sus obras. Pero han estado supeditados a una ola de sospechas, de bullas, de moralismos. Se les acusa de haber bajado al fango de las calles, sin siquiera sospechar que precisamente en ello radica su gloria: ellos encontraron la belleza y grandeza precisamente en los lugares donde la masa de los hombres pasaba indiferente, en el fango de las calles, en la refriega y en la maraña del egoísmo y de la sed de ganancia.»

Haciéndose eco de estas sugestiones, Macke retrató con frecuencia escenas urbanas en las que se veía a gente paseando, mirando escaparates, tomando café en una terraza o asistiendo a espectáculos circenses. Al contrario que otros expresionistas, este artista todavía proponía una mirada amable, en la que las figuras femeninas son protagonistas por la riqueza cromática de sus vestidos. El cuadro que nos ocupa, muestra además elevadas dosis de lirismo porque la mujer protagonista está vista de espaldas, mirando hacia el fondo de la composición, como en muchos paisajes románticos del siglo XIX.
El fondo del cuadro está ocupado por las múltiples formas y efectos que se vislumbran a través de un gran escaparate (de ahí el título). Allí dentro es posible distinguir, entre un sinfín de objetos y brillos luminosos, un caballo y una escalera (a la izquierda), varias telas y joyas (en el centro, en primer plano), y un hombre con chistera inclinándose frente a un mostrador (en el último plano, justamente donde parece dirigirse la mirada de la protagonista). ¿Existe alguna una conexión entre el hombre de la chistera y la mujer que mira desde la calle? Quizás ella le ha descubierto comprando algo insospechado, o siente cierta envidia por el objeto adquirido, o simplemente espera en la calle, dudando si debería entrar en la tienda o no.
Estos personajes constituyen un arquetipo social de plena actualidad por aquel entonces, el de la burguesía consumista que vivía en las grandes ciudades industriales de Europa. La figura de la mujer aparece especialmente destacada, pintada justo en el primer tercio de la línea horizontal de manera fácilmente reconocible. Su figura es monumental y estable, como un pilar inamovible en medio del caos producido por el resto de los objetos, descompuestos de forma prismática. Sólo ella parece sobrevivir frente a la intensa agitación de la ciudad, individualizándose, humanizándose. ¿Hasta cuándo?

jueves, 4 de diciembre de 2014

CASAS EN MUNICH Y LA IGLESIA DE SANTA URSULA

A finales del siglo XIX, los impresionistas habían abierto un nuevo camino en la pintura de paisaje, y especialmente del paisaje urbano. Las vanguardias artísticas de principios del siglo XX continuaron explorando todo tipo de posibilidades expresivas mediante diversos lenguajes plásticos. Los fauvistas, por ejemplo, jugaron con las formas y combinaron manchas de colores puros con la intención de crear relaciones pictóricas complementarias en la superficie del cuadro. Las cuestiones espaciales y las referencias a la realidad les preocuparon cada vez menos, enfatizando en cambio el valor de las sensaciones y la fuerza emocional del arte. Así lo explicaba uno de los principales representantes de este movimiento, el francés Henri Matisse, en sus Notas de un pintor (1908):

«Si sobre una tela blanca extiendo diversas ‘sensaciones’ de azul, verde, rojo, a medida que añada más pinceladas, cada una de las primeras irá perdiendo su importancia. He de pintar por ejemplo un interior: tengo ante mí un armario que me produce una sensación de rojo vivísimo y utilizo entonces un tono rojo que me satisface. Entre este rojo y el blanco de la tela se establece una relación. Si luego pongo al lado un verde o bien pinto el suelo de amarillo, seguirán existiendo entre el verde o el amarillo y el blanco de la tela relaciones que me satisfagan. Pero estos tonos diferentes pierden fuerza en contacto con los otros, se apagan mutuamente. Es necesario, pues, que las diversas tonalidades que emplee estén equilibradas de tal manera que no puedan anularse recíprocamente.»


Este nuevo tipo de pintura, que apelaba directamente a los sentidos, causó, y sigue causando hoy, un gran impacto en los espectadores. Por esa misma razón el Fauvismo se extendió rápidamente desde Francia a otros países de Europa y encontró una aceptación especialmente positiva en Alemania, donde se mezcló con otras vanguardias, como el Expresionismo. Un caso claro de adopción de las ideas fauves en la búsqueda de un estilo propio, que le llevaría en última instancia hacia la Abstracción, lo experimentó Wassily Kandinsky. Entre 1906 y 1907, este artista ruso residió en Sèvres, cerca de París. Durante ese tiempo expuso en el Salón de Otoño y en el Salón de los Artistas Independientes, lo que le permitió conocer de primera mano las obras de los fauvistas. En 1908 regresó a Baviera junto con su discípula y compañera sentimental, la pintora Gabriele Münter. Entonces se dedicó a pintar paisajes del pueblo alpino de Murnau y de la ciudad de Munich, a la que acudía con frecuencia. En estos paisajes Kandinsky ensayó nuevas formas de expresión plástica, aplicando una técnica que aplanaba las figuras, reduciéndolas a manchas de colores vivos que contrastaban fuertemente entre sí.
Esto es lo que podemos ver, por ejemplo, en la primera imagen, titulada Casas en Munich. Se trata de un pequeño óleo sobre cartón de 33 х 41 cm, realizado en 1908, que se conserva en el Museo Von der Heydt, en Wuppertal. Representa una serie de edificios de colores intensos (rojos, amarillos, verdes) que se apelotonan con cierto desorden, conformando una sucesión de borrones de color. Aunque existen varias referencias espaciales, como la calle y el parque del primer plano, el cielo de la parte superior, y la diferencia de proporciones entre las casas, la composición no sigue completamente las leyes de la perspectiva. El resultado, sin embargo, es armonioso porque los colores se complementan adecuadamente, no sólo entre unas figuras y otras sino también en los matices introducidos dentro de cada elemento: el césped verde presenta brochazos amarillentos, el edificio amarillo del centro tiene sombras verdes, el cielo anaranjado se anima con brillos azules, etc.
La segunda obra también es del año 1908 y también es un óleo sobre cartón, aunque de tamaño algo mayor. Se titula Munich-Schwabing con la iglesia de Santa Ursula y se conserva en la Städtische Galerie im Lenbachhaus, en la propia ciudad bávara. Lo que nos deja ver aquí la exagerada profusión de color es un grupo de personas en un parque, o un prado, en primer término, y en el horizonte la silueta urbana de Munich, sobre la que destaca a la derecha la iglesia neorrenacentista de Santa Ursula.
Aquí Kandinsky ha aplicado un tipo de pincelada más pastosa, formando espesas series de manchas que en el primer plano siguen colores mayoritariamente cálidos (rojos, amarillos, verdes claros), mientras que en el fondo se vuelven un poco más fríos (azules, negros, verdes oscuros), dando profundidad a la composición. A este respecto es interesante notar cómo las personas se encuentran en el primer plano, sentadas  apaciblemente sobre la hierba, mientras que el fondo está ocupado por la mole compacta, artificial y un poco amenazante de la ciudad. Aún así, la mezcla de pigmentos es constante, y en cada zona aparecen explosiones de colores contrarios; hay por ejemplo un retazo de azul y blanco en la mitad del prado, y una gran mancha amarilla en medio de ese potente cielo azul Prusia, además de otros muchos puntos multicolores. Todo ello confiere al cuadro una policromía inquieta, vibrante y estridente, que se regodea en los contrastes extremos y diluye la capacidad de interpretación de lo figurativo, avanzando hacia la abstracción. 

Este blog pretende ser un recurso didáctico para estudiantes universitarios, pero también un punto de encuentro para todas aquellas personas interesadas por la Historia del Arte. El arte es un testimonio excepcional del proceso de la civilización humana, y puede apreciarse no sólo por sus cualidades estéticas sino por su función como documento histórico. Aquí se analiza una cuidada selección de obras de pintura, escultura y otras formas de expresión artística, siguiendo en ciertos aspectos el método iconográfico, que describe los elementos formales, identifica los temas que representan e interpreta su significado en relación a su contexto histórico y sociocultural.