En uno de los altares laterales de la capilla
del Hospital de Mujeres de Cádiz se conserva una obra de arte de singular rareza
para la ciudad: un gran cuadro firmado por El Greco hacia 1601, que representa
una visión mística de San Francisco de Asís. En verdad resulta extraño
encontrar una pintura del artista cretense en estas latitudes, porque la mayor
parte de sus obras se concentran en la zona de Madrid y Toledo, con la
excepción de aquellas que por diversas razones fueron dispersadas y acabaron en
algunos de los museos más importantes del mundo. No obstante, los documentos
históricos nos proporcionan una adecuada explicación sobre este particular, que
trataremos de resumir aquí.
Primeramente, debemos conocer los pormenores de
la institución en la que encuentra el cuadro. El Hospital de Nuestra Señora del
Carmen fue una fundación piadosa del año 1736, promovida por el obispo de Cádiz
D. Lorenzo Armengual de la Mota, su hermana la Marquesa de Campo Alegre y el Canónigo
Cayetano de Vera, quienes compraron el solar y encargaron la construcción al maestro
mayor Pedro Luis Gutiérrez de San Martín. Este último fue el creador de un estupendo
edificio barroco con una fachada ricamente decorada, dos patios interiores articulados
por grandes arquerías de medio punto, una escalera imperial de seis tramos dobles
y una capilla de planta de salón ornamentada con molduras de yeso y rocallas, además
de numerosos retablos, pinturas y esculturas. El hospital fue oficialmente inaugurado
en 1749 y proporcionó asistencia médica ininterrumpida a las mujeres pobres de Cádiz
hasta que tuvo que clausurarse en 1963, por falta de medios. Desde entonces
funciona como sede del obispado y alberga los servicios sociales de Caritas,
pudiendo visitarse la capilla en horario turístico.

La imagen muestra a San Francisco vestido con
el hábito de su orden y orando arrodillado, con la mirada dirigida al cielo. La
luz proviene de la esquina superior derecha, donde unos rayos sobrenaturales se
asoman entre las nubes e iluminan directamente el cuerpo del santo. A sus pies,
otro fraile franciscano se cae de espaldas en un forzado escorzo; es el hermano
León, que asiste a la escena extasiado mientras señala el haz de luz, dando fe
del milagro. El tema representado es la denominada «Visión de la Antorcha», que
le ocurrió a San Francisco en el Monte Alvernia, como paso previo a su
estigmatización. Por eso el santo abre las palmas de las manos y enseña las llagas
de la crucifixión de Cristo, como símbolo de su completa aceptación de la
voluntad divina. Desde otra perspectiva, es Dios el que ha escogido con su luz a
este hombre sencillo, retratado como un humilde siervo con el traje remendado por
varios sitios y un basto cordón a modo de cinturón.
La composición es una de las más originales de El Greco, de cuyo taller
salieron más de cien obras (unas veinticinco de su propia mano) dedicadas a San
Francisco. La referencia al paisaje es mínima y las figuras se recortan sobre
un fondo neutro, del que apenas se reconocen las ramas de un árbol en la
esquina superior izquierda. Una diagonal conecta el foco de luz principal con la
cabeza del santo y su brazo derecho, enfatizando la experiencia mística del personaje,
manifestada mediante el artificio manierista de alargar su figura. Toda esta
espiritualidad queda a su vez contrapesada por la muy humana caída de espaldas
del hermano León. A nivel cromático, es absolutamente magistral la aplicación
de una infinita cantidad de matices de la escala de grises, que generan fuertes
contrastes de luces y sombras, anticipando el tenebrismo. Es realmente increíble
la extraordinaria capacidad expresiva demostrada por el pintor con tan escasa
variedad de colores. En otro orden de cosas, merece destacarse el realismo de ciertos
detalles, como el papel del suelo con la firma de El Greco, el cordón
franciscano, los pliegues del hábito o la mirada de San Francisco. En resumen,
una obra maestra excepcional.